Todos pasamos por momentos de tristeza, de falta de energía e incluso de depresión y sentimos que todo va mal.
Y, en ocasiones, estos períodos de la vida se vuelven muy difíciles, se acumulan las decisiones complicadas, damos malos pasos, las acciones no dan los resultados esperados, surgen auténticas situaciones problemáticas, llegamos a pensar que estamos gafados por la mala suerte.
¿Cómo reaccionar cuando todo sale mal? ¿Qué hacer cuando todo va mal? ¿De qué manera salir de esto?
El primer paso sería preguntarnos:
¿Va bien? ¿Va mal? ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Cuál es la diferencia?
La respuesta bien la podría ejemplificar una historia que posiblemente hayas leído y que te dejo al final del artículo por si no fuera el caso.
Así es, todo es relativo 😉 Lo que ahora parece mala suerte puede convertirse en una bendición y lo que ahora parece ser muy bueno acabar siendo una pesadilla.
En nuestro día a día escuchamos con mucha frecuencia decir a las personas de nuestro entorno, a nuestra familia, a nuestros amigos: “la situación está muy mal en este momento, vamos de mal en peor”.
Si es un comentario pasajero no tiene mayor importancia porque todos pasamos por momentos de flaqueza, pero si esta manera de hablar se convierte en un hábito hay motivos de preocupación.
¿Usas tú habitualmente este tipo de expresiones?
Pues, una de las cosas que deberías hacer cuando todo val mal, es precisamente dejar inmediatamente de decir que todo está mal.
La primera razón es que verbalizar las cosas las hace reales.
Si repites constantemente que no vas a triunfar en algo, es bastante probable que así suceda, no sólo porque al decirlo tu mente lo graba como una verdad absoluta sino porque no lo lograrás al tener la fuerza siquiera para intentarlo.
Lo mismo ocurre si les dices todos los días a los demás que todo está mal: tu mente acaba creyéndolo y queda encerrada en un círculo vicioso.
¿Cómo superar esto?
Contenido
TOMA EL CONTROL DE TU VIDA
El decir a menudo que todo va mal es propio de alguien que se está rindiendo o que ya no quiere seguir adelante porque no sabe qué hacer cuando todo va mal.
Cuando te descubras diciendo que todo va mal, es importante saber dar un paso atrás, en relación con la propia vida, pero también en relación con los demás.
¿Crees que todo está mal porque tu novio/a no te responde?
¿Porque no te gusta tu trabajo o te pagan poco?
Estas no son condiciones indeterminadas de tu existencia, entonces ¿por qué serías malo?
Además, en comparación con alguien que acaba de descubrir que tiene un cáncer incurable, definitivamente tienes una vida mejor…
Desgraciadamente, este tipo de discurso es típico de personas a las que les gusta posicionarse como víctimas: buscan, a través de este medio ciertamente torpe, consuelo, compasión o amistad.
Pero basando estos vínculos en una relación de dependencia porque todo va mal y necesitas un hombro no le estás haciendo un favor a nadie.
Por lo tanto, debes comprender que, aunque la vida no sea fácil tienes que jugar el juego.
Aunque a veces las cosas pueden salir mal no debes convertirlo en un hábito y creer que todo sale mal todo el tiempo.
Aprende a vivir con tus desilusiones, con tus decepciones, comprende que el dolor también es parte de la vida.
Sin embargo, en lugar de quejarte de ello conviértelo en una fortaleza para seguir avanzando.
NO PERMITAS QUE TUS COMPLEJOS SE APODEREN DE TI
Muchas veces, cuando “todo” sale mal es porque lo comparamos en relación a alguien o a una situación. Esto expresa falta de confianza en ti mismo, ya sea en relación con las expectativas que te has fijado o con las que te han fijado.
Sin embargo, esta no es la actitud correcta a adoptar porque al compararte, necesariamente pensarás que todo está mal ya que siempre habrá alguien con una vida mejor que tú, un coche más bonito, un trabajo más interesante, unos ingresos más satisfactorios…
¿Qué hacer entonces?
Tú tienes el control de lo que quieres lograr. ¡Así que no más complejos!
Cuando todo sale mal es necesario repensar tu plan: tu dedicación, tu esfuerzo y tu dinero.
Estos tres elementos deben equilibrarse para brindarte satisfacción y borrar este sentimiento de inquietud.
Aprende a hacer lo que te gusta y supérate para alcanzar metas que hasta ahora sólo te atrevías a soñar.
Cuando todo va mal, ¡piensa en esos objetivos y en tu voluntad de ganar!
ACEPTA TU VIDA O CÁMBIALA
Tienes que ser consciente de que quejarse y hacerse la víctima es peor que cualquier otra cosa por una sencilla razón: te paraliza y te impide actuar ya que “justifica” de alguna manera tu situación actual.
Debes aceptar tu vida con sus altibajos, no limitarte a sufrirlos.
Si no eres capaz de hacerlo, al menos no deberías impactar la vida de otras personas con tu negatividad. No te quedes en tu letargo ni en tu miedo al fracaso e identifica los motivos de tu malestar.
Gracias a esto podrás comenzar a establecer un nuevo plan de vida, que quizás se ajuste mejor a tus expectativas. A veces, sólo necesitas reajustar tus objetivos trabajando en ti mismo.
En definitiva, sé un actor en tu vida.
Y aunque hoy todo parezca ir mal, ten la seguridad de que mañana todo irá mejor, ¡ya que tú lo decidiste!
Por eso, cuando todo te salga mal, aférrate a esta esperanza y a esta fuerza que te empuja hacia tus límites, hacia lo mejor de ti mismo.
Una antigua historia china:
¿BUENA SUERTE? ¿MALA SUERTE? ¡QUIÉN SABE!
Había un anciano labrador, viudo y muy pobre, que vivía en una aldea, también muy necesitada.
Un cálido día de verano, un precioso caballo salvaje, joven y fuerte, descendió de los prados de las montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Ese verano, de intenso sol y escaso de lluvias, había quemado los pastos y apenas quedaba gota en los arroyos. De modo que el caballo buscaba desesperado la comida y bebida con las que sobrevivir.
Quiso el destino que el animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde encontró la comida y la bebida deseadas. El hijo del anciano, al oír el ruido de los cascos del caballo en el establo, y al constatar que un magnífico ejemplar había entrado en su propiedad, decidió poner la madera en la puerta de la cuadra para impedir su salida.
La noticia corrió a toda velocidad por la aldea y los vecinos fueron a felicitar al anciano labrador y a su hijo. Era una gran suerte que ese bello y joven rocín salvaje fuera a parar a su establo. Era en verdad un animal que costaría mucho dinero si tuviera que ser comprado. Pero ahí estaba, en el establo, saciando tranquilamente su hambre y sed.
Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para felicitarle por tal regalo inesperado de la vida, el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y no entendieron…
Pero sucedió que, al día siguiente, el caballo ya saciado, al ser ágil y fuerte como pocos, logró saltar la valla de un brinco y regresó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, éste les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Y volvieron a no entender…
Una semana después, el joven y fuerte caballo regresó de las montañas trayendo consigo una caballada inmensa y llevándolos, uno a uno, a ese establo donde sabía que encontraría alimento y agua para todos los suyos. Hembras jóvenes en edad de procrear, potros de todos los colores, más de cuarenta ejemplares seguían al corcel que una semana antes había saciado su sed y apetito en el establo del anciano labrador.
¡Los vecinos no lo podían creer! De repente, el anciano labrador se volvía rico de la manera más inesperada. Su patrimonio crecía por fruto de un azar generoso con él y su familia. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su extraordinaria buena suerte. Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no estaba bien de la cabeza. Era indudable que tener, de repente y por azar, más de cuarenta caballos en el establo de casa sin pagar un céntimo por ellos, solo podía ser buena suerte.
Pero al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos los caballos salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huido al día siguiente, y llevado de nuevo a toda su parada hacia el establo. Si le domaba, ninguna yegua ni potro escaparían del establo. Teniendo al jefe de la manada bajo control, no había riesgo de pérdida.
Pero ese corcel no se andaba con chiquitas, y cuando el joven lo montó para domarlo, el animal se encabritó y lo pateó, haciendo que cayera al suelo y recibiera tantas patadas que el resultado fue la rotura de huesos de brazos, manos, pies y piernas del muchacho. Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. A lo que los vecinos ya no supieron qué responder.
Y es que, unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al hijo del labrador en tan mal estado, le dejaron tranquilo, y siguieron su camino. Los vecinos que quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de jóvenes que partieron ese mismo día a la guerra, fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a expresarles la enorme buena suerte que había tenido el joven al no tener que partir hacia una guerra que, con mucha probabilidad, acabaría con la vida de muchos de sus amigos.
A lo que el longevo sabio respondió: «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!».
*(Versión del cuento tomada de la web de Alex Rovira)
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