Tanto el bien como el mal crecen a interés compuesto … A eso se debe que las pequeñas decisiones que ustedes y yo tomamos cada día resulten de una importancia infinita.
El acto más pequeño hoy es la captura de un punto estratégico a partir del cual, unos pocos meses más tarde, se puede llegar a victorias con las que nunca se soñó.
Un descuido, aparentemente trivial en áreas como el deseo o la ira, hoy, significa la pérdida de una colina, o una línea férrea o una cabeza de puente desde la que el enemigo puede lanzar un ataque que de otra manera resultaría imposible
C.S.Lewis (Autor de «Las Crónicas de Narnia»)
Nos pasamos la vida tomando decisiones. La mayoría de ellas pueden parecer superficiales: ¿Me pongo falda o pantalones? ¿Qué desayuno hoy? ¿Compro este libro o aquella película? ¿Qué ruta escojo para ir al trabajo?
Pero, otras decisiones son tan importantes que nos perseguirán toda la vida: ¿Qué carrera voy a estudiar? ¿Termino con esta relación o no?
Y es que todo lo que hacemos tiene consecuencias, y tiene consecuencias que, muchísimas veces, van mucho más allá de lo que podríamos imaginar.
A veces, tomamos decisiones que consideramos de poca relevancia, o las tomamos de manera apresurada o descuidada, o son fruto de las meras pasiones humanas, y resulta, que al final, pueden estar en el origen de un éxito o de males incalculables.
Decidir es tomar una determinación definitiva sobre un asunto. Una decisión es, pues, el producto final del proceso mental-cognitivo específico de un individuo o de un grupo de personas. Y no siempre somos conscientes de la responsabilidad que lleva implícita una decisión.
Un estudio de la Universidad de Columbia develó que tomamos cerca de 70 decisiones importantes al día. Este gran número de elecciones puede ocasionar fatiga por lo que nuestra materia gris puede cansarse.
Pero incluso cuando nuestros cerebros no están cansados puede resultar difícil tomar buenas decisiones. La mayoría de las ocasiones las elecciones son emocionales porque nuestro cerebro se centra en memorias y emociones en lugar de en conocimientos concretos.
Por ejemplo, si vas a comprar un coche nuevo y estás tratando de decidir si con asientos de piel, tu cerebro podría centrarse en los recuerdos del maravilloso olor y la sensación de los asientos en el automóvil deportivo que tenía tu tío o un amigo. Todo esto en lugar de pensar en que, tal vez, es un gasto que no puedes permitirte hacer en estos momentos.
Te propongo un ejercicio:
- Piensa en una decisión que hayas tomado en el pasado en una situación determinada en la que hayas tenido que elegir.
- Valora cuáles han sido las consecuencias, tanto positivas como negativas de dicha decisión.
SITUACIÓN | DECISIÓN | CONSECUENCIAS |
- Observando la tabla, reflexiona sobre tu decisión planteándote las siguientes preguntas:
– ¿Crees que esas son las únicas consecuencias de tus decisiones?
– ¿Por qué?
– ¿Cómo te benefició o perjudicó la decisión que tomaste?
– En el momento en que se presentó la situación, ¿mediste esas consecuencias? ¿Cómo?
– ¿Crees que fue una decisión racional o emocional?
– ¿Qué otras elecciones pudiste hacer frente a esa situación?
- ¿Qué aprendizajes puedes extraer de este ejercicio para futuras decisiones y elecciones?
- ¿Identificas algún estilo o pauta en tu manera habitual de tomar decisiones?
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