Jueves tarde sesteando frente a la TV, veo por cuarta vez la película Troya. Hay una escena que me emociona siempre casi hasta las lágrimas…
… será porque estuve en Troya a los pies de ese caballo que sale en la película … será porque en el teatro de Troya en una cálida tarde de agosto escuché la lectura de un fragmento de la Ilíada de Homero
… será porque Brad Pitt está guapo a rabiar
… será porque siempre espero que esa flecha no llegue al talón de Aquiles.
La película es una versión bastante suigeneris, pero siempre espero al volver a verla que no metan el caballo de Troya en la ciudad, una y otra vez confío en que se den cuenta de que es una trampa.
¿Te pasa a ti al volver a ver una película esperas que el final sea distinto? 😉
¿Cuál es ese caballo de Troya que dejas entrar en tu vida una y otra vez?
¿Qué es lo que te perjudica, que te hace mal y que viene escondido dentro del caballo de Troya de esa creencia que aceptas por comodidad, por miedo o por inercia?
El término caballo de Troya “se utiliza metafóricamente para significar cualquier truco o estrategia que hace que un objetivo invite a un enemigo a un lugar protegido y seguro; o que engañe mediante las apariencias, ocultando intenciones malévolas en un exterior aparentemente benigno; o que subvierta desde dentro usando medios engañosos.”
En resumen, se refiere a cualquier tipo de engaño o truco que consiste en conseguir que alguien permita voluntariamente a un enemigo entrar en su lugar seguro.
Se ha popularizado tanto que hasta a los virus que infectan nuestros ordenadores se les llama troyanos.
Hoy me refiero al propio engaño, es decir a los engaños en forma de “regalos” que nos hacemos a nosotros mismos y que ocultan un veneno en forma de miedo, excusas, comodidad o lo que sea, que nos impedirá conseguir lo que en el fondo de nuestro corazón deseamos de verdad y posiblemente acabe amargándonos la vida.
Muchos de estos “regalos” se disfrazan en forma de creencia, de verdad absoluta.
Por ejemplo, si te dices a ti mismo:
“Si no espero grandes cosas no me decepcionaré y viviré más tranquilo.”
El regalo envenenado es identificar una vida “tranquila” con una vida sin sueños ni ambiciones. Rechazando siquiera la posibilidad de conseguir avanzar en tus metas o al menos esforzarte por ellas. ¿Es eso vivir plenamente? Es posible que acabes con una profunda sensación de fracaso.
“El dinero es la raíz de todo mal. Ser pobre es ser mejor persona.”
El regalo envenenado es justificar el no prosperar económicamente con algún tipo de “bondad”, algo absurdo ya que el dinero es sólo un medio que amplifica lo que uno ya es, tanto las virtudes como los defectos. Pero diciendo que es malo no tienes que mover un dedo por esforzarte y mejorar, sólo necesitas “culpar” a tus circunstancias y al entorno. Es posible que así vivas una vida rumiando celos y envidias de manera soterrada.
¿Cuántos caballos de Troya identificas que has dejado entrar en tu vida?
¿Te habías dado cuenta ya del enemigo que dejas entrar en tu “lugar seguro”?
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